Por Houria Benaziza | 07/12/2020 | Feminismos
Argelia está agitada desde el 22 de febrero de 2019 por un movimiento insurreccional de una amplitud y una índole inéditas, un movimiento transgeneracional que moviliza a millones de personas de todas las categorías sociales.
Uno de los rasgos característicos del movimiento es la participación significativa de mujeres que no se contentan solo con manifestarse sino que toman la palabra, se expresan en los foros organizados al margen de las manifestaciones para alimentar los debates con reflexión e iniciativas, son miembros en toda regla de los comités de estudiantes —punta de lanza de la protesta—, están activamente presentes en las redes de apoyo a los presos políticos y de opinión, entre los cuales también hay mujeres: la portavoz del Partido de los Trabajadores (PT), Louisa Hanoun, condenada a 15 años de reclusión; Samira Messouci, representante de la Agrupación por la Cultura y la Democracia (Rassemblement pour la culture et la démocratie) elegida como miembro de la asamblea popular de la wilaya de Tizi-Ouzu; la estudiante Nour el Houda Dahmani y una ex ministra de Cultura.
Es una mujer ex muyahida [1], Zohra Drif-Bitat, quien preside el comité nacional para la liberación de la portavoz del PT y de todos los presos políticos y de opinión. En un llamamiento a la población firmado el 21 de octubre de 2019, los miembros denunciaron arrestos arbitrarios y exigieron la liberación de todos los presos políticos y de opinión, así como que se pararan las políticas liberticidas y todas las medidas represivas.
Esta presencia de mujeres en los espacios públicos, esta vía recuperada, constituye un hecho nuevo que no puede pasar inadvertido cuando se sabe que el terror instalado durante una guerra civil de diez años y después la losa de silencio que han impuesto sobre el país los 20 largos años del reinado Bouteflika y su camarilla, si bien han alcanzado a toda la población, han afectado particularmente las mujeres.
Dejando a un lado la lucha feroz y valiente de las mujeres de las familias víctimas de los abusos perpetrados por los terroristas y los agentes del estado, en particular de las víctimas de desapariciones forzosas durante la década negra, que causó un cuarto de millón de muertes y miles de desaparecidos, la resistencia de las mujeres, tanto individualmente como en las asociaciones femeninas, redujo sus dimensiones y sus capacidades de movilización, constreñida como estaba a adaptarse al clima de hostilidad y terror.
El combate de las mujeres y la guerra de liberación
¿Por qué recordar este episodio?
La movilización en el seno del movimiento popular ha alcanzado un pico con ocasión de la celebración del 1º de noviembre, fecha del aniversario del estallido de la guerra de liberación, de la cual Louisa Dris-Aït Hamadouche, profesora de ciencia política con contribuciones de una gran lucidez y pertinencia, dirá que ha fecundado el Hirak.
El peso y los sacrificios exigidos por esta larga y dura lucha armada contra el colonialismo fueron ampliamente asumidos por las mujeres, formaran parte de la guerrilla urbana, se hubieran unido al maquis o –hecho raramente mencionado por la historiografía oficial– hubieran opuesto una resistencia a las estrategias coloniales de desestructuración masiva del tejido social y dislocación de las estructuras de vida, sobre todo en el campo.
Mujeres de la resistencia fueron torturadas y violadas en las prisiones del ejército de ocupación. Este horror impuesto a las mujeres será durante mucho tiempo silenciado por ambas partes y hubo que esperar hasta los años 2000 para que las mujeres osaran hablar y reclamar justicia. En su testimonio estremecedor de 2001 [2] y después en su libro recientemente publicado, Louisa Ighilahriz habla de una vida rota y dice que 45 años después no puede dormir.
A pesar de la glorificación de ciertas figuras simbólicas –utilizada, entre otros, en el marco de la legitimidad histórica para justificar la toma de poder por el “ejército de las fronteras”–, el discurso oficial da muy poco espacio a la memoria del combate y del compromiso de las mujeres, y su silencio sobre las sevicias padecidas, en particular la violación como arma de guerra, es tanto más culpable cuanto que los mismos métodos criminales fueron utilizados contra las mujeres en los centros clandestinos terroristas.
La adhesión de las mujeres a la lucha para la independencia habría podido, habría tenido que alterar el lugar y el rol que les eran asignados y sacudido los arcaísmos de todo tipo que consagran su estatus de inferioridad. No hubo nada o apenas nada de eso, incluso para la élite cuyos miembros eran consideradas ex muyahidas, que se desencantaron rápidamente después de una breve y limitada participación de algunas de ellas en la vida política. «Lo que se quebró, fue la esperanza de una redefinición de sus posiciones familiares, sociales, culturales y políticas después de la independencia» (Christiane Chaulet Achour, en Ecos literarios de una guerra, 2019).
La gran poeta y militante del movimiento de liberación Anna Greki (1931-1966) fue la primera en celebrar la libertad encontrada:
Nuestros muertos que te han soñado se cuentan por millares
Uno solo habría bastado para que yo recuerde
El trazado de los caminos que llevan a la felicidad
[…]
El cielo independiente solo habla al futuro
Nos queda en el presente la energía de la esperanza [3]
Y, a continuación, puso en verso el desencanto:
La independencia con su canto de gallo ¿dónde la has puesto?
Quieres desangrar la granada con un cuchillo
Sumergir cada cerebro en un baño de sal
Que la hierba que allí crece quede a ras de piel
¿Quién es este pueblo rey este perro que es amordazado?
La miseria que aúlla tiene todavía talento.
¿Cómo comprender y explicar esta realidad?
En una reciente entrevista, Mohamed Harbi, actor de la lucha de liberación y conocido historiador, vuelve sobre la génesis del movimiento de liberación, respecto de la cual señala «que los dirigentes que pertenecían a las capas privilegiadas pequeñoburguesas y burguesas se apoyaron en las masas populares de una manera que obstaculizó la formación de una conciencia popular, que habría permitido a la intervención popular tener peso sobre los objetivos del movimiento».
Además, la primacía impuesta de lo militar sobre lo político asfixió las veleidades de dotar a la resistencia de un proyecto de sociedad que se hiciera eco de las expectativas, aspiraciones e intereses de la gran masa que lo sostenía.
Privadas del ejercicio político en un clima democrático, se impidió a las masas populares de las que las mujeres formaban parte imprimir a la resistencia la expresión de sus reivindicaciones propias y de género, no pudiendo de esta manera forjar los medios organizativos para tener peso sobre las decisiones que se tomaron después de la independencia.
En estas condiciones, se dejaba a un lado la cuestión de la igualdad hombre/mujer, de la necesaria liberación de las mujeres del sistema del patriarcado y de las prohibiciones que les ponen trabas desde siempre.
Entre los autores argelinos que han escrito sobre las mujeres, es la talentosa escritora y cineasta de fama mundial Assia Djebbar (1936-2015) quien mejor ha descrito la condición impuesta a las mujeres, su reclusión —«cada morada es el fondo de un callejón»—, «su silencio revuelto de susurros», «la queja ululante de las sombras veladas flotando en el horizonte», y será a las mujeres a quienes dedicará sus novelas y sus películas para darles visibilidad y prestarles voz.
Y no era la UNFA [Union nationale des femmes algériennes (Unión nacional de mujeres argelinas)] —mero apéndice del partido único FLN [Frente de Liberación Nacional], aparato de estado y encarnación de la traición a las promesas democráticas, una asociación conducida por una élite privilegiada en ruptura total con las preocupaciones y dificultades de las mujeres—la que podía ofrecerles un marco para expresarse, organizarse y reivindicar sus derechos tras la independencia.
A las mujeres que reivindicaban un cambio concreto de su condición, el poder establecido les replicaba que no era el momento de su emancipación, sino de la realización de tareas bastante mayores y más urgentes: «las tareas de construcción nacional».
La educación de las hijas y su acceso al mercado del trabajo
Las mujeres no han bajado los brazos y han aprovechado las oportunidades ofrecidas por la política de democratización de la enseñanza para mejorar su situación. Hoy, el 60% del alumnado que termina el bachillerato son mujeres, y han tomado al asalto las carreras hasta entonces reservadas a sus camaradas hombres, sobre todo las tecnológicas.
La formación adquirida les ha permitido acceder al mundo del trabajo —aunque su porcentaje continúe siendo marginal—, beneficiarse de una relativa autonomía financiera y acceder, aunque sea de manera reducida, al espacio público.
¿Qué incidencia tiene este dato sobre su estatus?
Si bien predominan en dos sectores importantes de actividad (la educación y la salud), la mayoría de mujeres de las mujeres directivas —quienes constituyen por tanto la base de los sindicatos autónomos de su sector, supuestamente opuestos a las prácticas de la central sindical UGTA, sometida por completo al poder— están prácticamente ausentes de los centros de toma de decisiones de sus sindicatos. Se encuentran de hecho privadas del derecho legítimo a participar en la construcción de un marco para la expresión democrática y el ejercicio de la ciudadanía, de modo que no pueden influir sobre la naturaleza de las reivindicaciones y las formas de organización ni desarrollar una conciencia política para forjar las herramientas de una emancipación verdadera.
La hidra islámica y el combate de las mujeres
La ideología oscurantista que ha contaminado las mentes y ensombrecido el cielo de Argelia fue insidiosamente difundida por todos los canales oficiales del poder para controlar a la población, y luego decididamente alentada para aniquilar la esperanza democrática nacida gracias al alzamiento de 1988, salvajemente reprimido.
El partido islamista entonces reconocido oficialmente, el tristemente célebre HICE, tomó como blanco privilegiado a las mujeres, que mujeres fueron vilipendiadas, agredidas, amenazadas, y el velo que debían llevar para poder continuar estudiando y trabajando fue, en realidad, un velo lanzado sobre toda la sociedad.
Las asociaciones femeninas, la mayoría de las cuales nacieron después de los mismos acontecimientos de 1988, constituyeron sin duda alguna, a través de su lucha para defender los derechos de las mujeres y contra la amenaza integrista que no solo ponía en peligro su porvenir, sino el de toda la nación, la parte más activa del frente social y democrático. Entre sus reivindicaciones insignia se encontraba la abrogación del todavía vigente código de familia, calificado con toda la razón de «código de la infamia», que mantiene a las mujeres en un estatus de menores de edad de por vida.
Incapaces de llegar a un consenso, ambas fuerzas protagonistas de la crisis —la que apuntalaba el poder y la que lo disputaba— impusieron a la población una guerra civil en la que las mujeres pagaron un precio muy alto.
Más de un centenar de mujeres de todas edades, medios sociales y profesiones fueron asesinadas, y la memoria colectiva retendrá el doloroso recuerdo de las 12 profesoras asesinadas el 27 de septiembre de 1997, cuando iban a trabajar, en una emboscada tendida por los terroristas. Se cuentan asimismo por centenares las mujeres secuestradas y violadas en los centros clandestinos terroristas, y miles vieron sus vidas destrozadas por el asesinato terrorista o la desaparición forzosa de miembros de sus familias.
En relación con la violación de mujeres en los centros clandestinos, arma de guerra practicada por los terroristas, el poder adoptará la misma actitud que tras la independencia, y las mujeres víctimas del horror, a menudo con hijos, no solo padecerán un silencio vergonzoso y negador de su tragedia, sino que su drama será tabú y no encontrarán refugio más que en ciertas asociaciones femeninas.
En la era de Buteflika, caracterizada por el cerrojazo de los campos mediáticos y políticos, con la población pudiendo expresarse solo mediante el recurso a las revueltas —12.000 de media cada año, según las cifras oficiales—, las asociaciones femeninas se encontraron —al igual que las demás asociaciones, los sindicatos y los partidos políticos— ante un poder que no toleraba ninguna veleidad de empoderamiento y ahogaba toda voz discordante.
Y entre las voces discordantes está la de las familias de víctimas de desaparición forzosa que, en una lucha conducida principalmente por las mujeres organizadas en asociaciones (de las cuales la más conocida es «SOS Disparues»), desafiaron la represión para sacar a la luz del día su causa y reclamar verdad y justicia. Estas madres coraje, con sus sentadas semanales ante los edificios, sedes y símbolos del poder, al oponer el imperativo de la verdad y la justicia frente a la voluntad de amnesia del poder, han contribuido a mantener con sus medios la llama de la resistencia a la arbitrariedad y a la impunidad.
El movimiento de las mujeres en el Hirak [5]
Es innegable que el movimiento popular ha vuelto a dar aliento al movimiento de mujeres y sus asociaciones. En Bejaïa y después en Orán, en octubre de 2019, un total de 23 asociaciones de mujeres y militantes feministas han mantenido encuentros nacionales. En el comunicado del movimiento MNFA [Movimiento Nacional de Feministas Argelinas] que siguió al último encuentro, reafirman su compromiso con el surgimiento de una Argelia democrática basada en la justicia social y la igualdad ciudadana, indisociables de su lucha contra los textos normativos que minorizan a las mujeres y las prácticas sociales que bloquean su emancipación.
Claramente, las asociaciones agrupadas de esta forma inscriben sus compromisos en el movimiento popular, apoyando sus reivindicaciones, alzándose contra la represión de sus actores, denunciando las decisiones económicas dudosas de los responsables fustigados por el Hirak, llamando las mujeres a movilizarse con fuerza en el seno del movimiento popular para su consecución.
Este regreso del movimiento de las mujeres a la escena pública y política saldrá ganando si las moviliza para:
Afirmar con fuerza sus reivindicaciones específicas sin ceder al viejo chantaje de dejarlas para más tarde en beneficio de objetivos más urgentes.
Articular estas reivindicaciones dentro de las reivindicaciones colectivas.
Inscribir sus reivindicaciones dentro de un compromiso con otras opciones sociopolíticas que rompan con el sistema dominante de extracción de rentas, responsable —más allá del naufragio económico— de mentalidades y comportamientos fundados sobre el arcaísmo, el parasitismo y la violencia.
Organizarse según modalidades nuevas que aseguren su mayor participación en la vida política, económica y social y ser un verdadero peso en la definición de los objetivos y las decisiones que se adoptarán para su emancipación y la de la sociedad de manera más general.
[Houria Benaziza (1954) fue militante del partido comunista argelino y sindicalista durante su carrera en la educación nacional. Forma parte del movimiento de madres de desaparecidos. Participa en el Hirak como feminista.]
Trad.: Rosa Ana Alija Fernández
Notas de la traductora:
[1] «Muyahid/a» es el término que se utilizó durante la Guerra de Argelia para designar a los/as argelinos/as alzados/as en armas contra el poder colonial francés.
[2] Louisette Ighilahriz y Anne Nivat, Algérienne, ed. Calman-Levy, 2001.
[3] De «Juillet 1962 – El Houria», en Temps forts, Présence Africaine, París, 1966, pp. 9-10.
[4] De «Les rues d’Alger», en Temps Forts, op. cit., p. 79.
[5] «Hirak» es una palabra árabe novedosa que significa «movimiento» y se viene utilizando desde 2007 para hacer referencia a las protestas en diversos países árabes.
Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-196/notas/las-mujeres-son-el-germen-del-movimiento-popular-argelino